Hay conocimientos de conocimientos. Conocimientos muy avanzados e importantes, con miles de años de estudio y perfeccionamiento que a la hora de la verdad no sirven para nada, y conocimientos callejeros y banales que ruedan de boca en boca, que al final terminan dándonos verdaderas lecciones de vida. La siguiente historia es del segundo tipo. Esta es una de esas historias con moraleja, que si bien puede no ser de utilidad para todo el mundo; por lo menos el conocerla, puede hacerlo a uno popular en una fiesta, o incluso puede salvar cualquier paseo. Debo advertir que como sucede en el juego del teléfono roto, al pasar de boca en boca la versión final no es igual que la original, pero la idea es esta.
Había una vez una familia de conejos, mamá conejo, papá conejo, e hijitos conejos, muchos hijitos conejos, como en conejera del Opus Dei, (donde sobra el amor y sus manisfestaciones pero "sin protección"). Todos se caracterizaban por ser como cuna de bebita: blanquitos con rosadito, excepto por uno, que vaya a saber por qué, nació con una mancha negra en la punta de la orejita izquierda. Esta peculiaridad lo hacía el hazme reír de todos sus hermanos y por qué no decirlo, de todos los vecinos del lugar. Cuando pasaba le hacían burlas con su orejita negra, le gritaban que en dónde había metido la oreja, que había quedado mal bañado, le decían que era adoptado, e incluso algunos le decían Cotón, mezcla de conejo y de ratón. Eran tales las burlas, que el conejito acomplejado llegó incluso a pensar que él tenía la orejita así de negra, a causa de lo mal que la gente hablaba de él.
Un día, el conejito cansado de tanta montadera por parte de sus hermanos, amigos y todos cuanto lo conocían, decidió que iba a arrancar el problema de raíz. El conejito ya había estado analizando cuáles eran las mejores chances para deshacerse de su negro problema y al final optó por la vía del tren, me refiero a literalmente "la vía del tren". Al día siguiente el conejito salió muy temprano por la mañana y se dirigió a la carrilera por donde sabía que pasaba el tren por la mañana. Acomodó su cabecita cuidadosamente de manera tal que quedara sólo el pedacito de orejita que le molestaba sobre la carrilera, aguardó unos minutos, hasta que sintió que venía el tren y se sintió feliz. Unos segundos más tarde, el tren llegó y con la velocidad que llevaba no sólo le arrancó al conejito el pedacito de oreja sino toda la cabeza.
Como lo prometido es deuda, aquí va la moraleja de esta historia: “Nunca pierdas la cabeza por un triangulito negro”.
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4 comentarios:
Saludos miembro #273 del club.
Interesante fábula con una muy válida moraleja!
Saludos!
JE,JE muy bueno. ..Humor negro, pero humor al fin y al cabo.
Estuvo bacanísimo. No a lugar la modestia. Sin duda es de aplicación universal.
Pobrecito el conejito...
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